Logré encontrar el escondite. Los niños estaban ahí y pudimos rescatar a varios. Los mandamos en una ambulancia directo a un centro de salud. Los involucrados en el caso, mis compañeros, ya estaban solamente recogiendo cosas, buscando lo que serviría como evidencia, limpiando el lugar. Sin embargo, me negué a aceptar que no encontraríamos a todos, que uno tendría que ser sacrificado, que uno tendría que morir. Me negaba incluso más a creer que dicho docente, el culpable, se saldría con la suya.
Me concentré, traté de hacer a un lado toda la presión del momento. Entonces pude escuchar, muy a lo lejos, sonidos extraños. Pegué mi oreja contra una pared. ¡Definitivamente sucedía algo del otro lado! Examiné ese muro y ahí estaba: un marco que ocultaba, aunque no por completo, un posible acceso. ¡Cómo es que no lo había notado antes! No contaba con más colegas en el área, solo yo había permanecido en ese lugar mientras todo seguía en movimiento, así que me encargué de empujar aquella falsa pared con todas mis fuerzas. Mientras pasaban los segundos, mientras mi piel se comenzaba a abrir, mientras sentía dónde aparecerían futuros hematomas, escuchaba lamentos suaves y llenos de angustia. Debía imaginar por lo que estaba pasando aquella niña.
Lo conseguí, tumbé dicha puerta. Me encontré con una escena que no había visto antes, un gran charco de sangre. Esa pequeña había estado viviendo la misma pesadilla por varios minutos posiblemente. A su lado, vi a un ser despreciable. Una desquiciada mujer que mantenía una postura dominante hacia la menor mientras agitaba ese látigo con el que desgarraba su pequeño cuerpo.
En lo que yo observaba esa situación, parecía que pasaba un largo tiempo, pero no. Y como si de una historia de superhéroes se tratara, corrí hasta dicha mujer para derribarla y dejarla inconsciente de un solo golpe.